Leer Para Sanar

Este programa, ejecutado en convenio entre Méderi y Fundalectura, abarca la adquisición, organización, conservación y suministro de materiales y servicios bibliotecarios que pueden, conforme a las necesidades de cada paciente, contribuir a la atención integral para su recuperación, dar seguridad y alivio a su pérdida de autonomía, contribuir al mejoramiento de su rendimiento cognitivo y funcional, evitar la desconexión del entorno y fortalecer las relaciones sociales.

La función principal de “Leer para sanar” radica en la posibilidad de facilitar libros de distintas temáticas a pacientes y visitantes para que su estadía en nuestros hospitales sea más confortable, amena y provechosa.

Inicialmente “Leer para sanar” va dirigido a los pacientes que se encuentran en los pisos de hospitalización de los hospitales Méderi. En cada sede se ha estructurado un espacio para el almacenamiento del material y se capacitó a tres promotores (dos para el Hospital Universitario Mayor y uno para el Hospital Universitario de Barrios Unidos) quienes se desplazarán por los pisos ofreciendo a pacientes y familiares la posibilidad de un acompañamiento a través de un libro.

Una mañana de poesía

Promotor de lectura: Neidy Torres
Hospital Universitario Mayor

Una mañana, que no puede ser como todas las mañanas, pues estando en el hospital ninguna mañana es la misma, ya que cada piso es diferente,  no solo por su estructura o el personal,  sino también por los pacientes;  pero esta mañana es diferente de todas, ya que en una de las habitaciones del sexto piso había un poeta, pero no un vago poeta, sino un poeta que se hizo con los años y que además de poeta tenía una cualidad mas, era la de ser un músico, un músico experimentado al que la educación y la experiencia lo habían formado y llevado a ser un MAESTRO, un maestro con mayúscula pues ya era muy reconocido en su academia y en el mundo del arte y no solo conocido sino respetado por su capacidad para crear y para enseñar.


Este MAESTRO es Don Alvaro , quien por medio de Silva me mostro a Rafael de Leon un poeta Español, para él, el mejor poeta y el menos conocido, con una declamación profunda que traspaso mi cuerpo y a sentir sensaciones inexplicables, ya que con un realismo y una voz efusiva mostro que sus años dedicados al arte no han pasado en vano ya que en media hora me traspaso su pasión a la poesía, la piel se me puso de tal manera ya que no se sabía quien hablaba si el poeta a través de él o el mismo.

Una mañana, que no puede ser como todas las mañanas, pues estando en el hospital ninguna mañana es la misma, ya que cada piso es diferente,  no solo por su estructura o el personal,  sino también por los pacientes;  pero esta mañana es diferente de todas, ya que en una de las habitaciones del sexto piso había un poeta, pero no un vago poeta, sino un poeta que se hizo con los años y que además de poeta tenía una cualidad mas, era la de ser un músico, un músico experimentado al que la educación y la experiencia lo habían formado y llevado a ser un MAESTRO, un maestro con mayúscula pues ya era muy reconocido en su academia y en el mundo del arte y no solo conocido sino respetado por su capacidad para crear y para enseñar.

Además de mostrar su amor y adoración a ese “ángel que camina” y que incesantemente lo acompaña, su esposa. Esta mañana además de recibir una gran lección de poesía recibí una lección de vida y dedicación, de mostrar que somos lo que hacemos, pero lo que hacemos con pasión y obviamente les regalare la poesía que declamo aquella mañana lo que no les puedo regalar es la vos, la pasión, los movimientos y la calidez humana que me transmitió Don Alvaro quien ya sentía que los años lo estaban amarrando y lo estaban alejando de su gran pasión, pero sin más rodeo para ustedes PENA Y ALEGRÍA DEL AMOR


Mira cómo se me pone 
la piel cuando te recuerdo.
Por la garganta me sube 
un río de sangre fresco 
de la herida que atraviesa 
de parte a parte mi cuerpo. 
Tengo clavos en las manos 
y cuchillos en los dedos 
y en mi sien una corona 
hecha de alfileres negros.
Mira cómo se me pone 
la piel cada vez que me acuerdo 
que soy un hombre casado 
y sin embargo, te quiero.
Entre tu casa y mi casa 
hay un muro de silencio, 
de ortigas y de chumberas, 
de cal, de arena, de viento, 
de madreselvas oscuras 
y de vidrios en acecho. 
Un muro para que nunca 
lo pueda saltar el pueblo 
que anda rondando la llave 
que guarda nuestro secreto. 
¡Y yo sé bien que me quieres! 
¡Y tú sabes que te quiero! 
Y lo sabemos los dos 
y nadie puede saberlo.
¡Ay, pena, penita, pena 
de nuestro amor en silencio! 
¡Ay, qué alegría, alegría, 
quererte como te quiero!
Cuando por la noche a solas 
me quedo con tu recuerdo 
derribaría la pared 
que separa nuestro sueño, 
rompería con mis manos 
de tu cancela los hierros, 
con tal de verme a tu vera, 
tormento de mis tormentos, 
y te estaría besando 
hasta quitarte el aliento. 
Y luego, qué se me daba 
quedarme en tus brazos muerto.
¡Ay, qué alegría y qué pena 
quererte como te quiero!
Nuestro amor es agonía, 
luto, angustia, llanto, miedo, 
muerte, pena, sangre, vida, 
luna, rosa, sol y viento. 
Es morirse a cada paso 
y seguir viviendo luego 
con una espada de punta 
siempre pendiente del techo.
Salgo de mi casa al campo 
sólo con tu pensamiento, 
para acariciar a solas 
la tela de aquel pañuelo 
que se te cayó un domingo 
cuando venías del pueblo 
y que no te he dicho nunca, 
mi vida, que yo lo tengo. 
Y lo estrujo entre mis manos 
lo mismo que un limón nuevo, 
y miro tus iniciales 
y las repito en silencio 
para que ni el campo sepa 
lo que yo te estoy queriendo.
Ayer, en la Plaza Nueva, 
—vida, no vuelvas a hacerlo— 
te vi besar a mi niño, 
a mi niño el más pequeño, 
y cómo lo besarías 
—¡ay, Virgen de los Remedios!— 
que fue la primera vez 
que a mí me distes un beso. 
Llegué corriendo a mi casa, 
alcé mi niño del suelo 
y sin que nadie me viera, 
como un ladrón en acecho, 
en su cara de amapola 
mordió mi boca tu beso.
¡Ay, qué alegría y qué pena 
quererte como te quiero!
Mira, pase lo que pase, 
aunque se hunda el firmamento, 
aunque tu nombre y el mío 
lo pisoteen por el suelo, 
y aunque la tierra se abra 
y aun cuando lo sepa el pueblo 
y ponga nuestra bandera 
de amor a los cuatro vientos, 
sígueme queriendo así, 
tormento de mis tormentos.
¡Ay, qué alegría y qué pena 
quererte como te quiero!

Rafael de León
Poema tomado de